Lecciones del futuro desde la escuela infantil
Moverte en un mundo de niños de 3 años es una oportunidad impagable para conocer el futuro de la humanidad. Posiblemente nunca vuelva a convivir tanto tiempo con personas autónomas e inteligentes, pero aún libres de prejuicios y con una infinita capacidad para aprender. Mientras los medios hablan de millennials (algunos ya con acné juvenil), y nuestros políticos meten dentro de las «nuevas tecnologías» a Internet (una red cuarentona), ellos campan a sus anchas entre cubos de colores y móviles de úlitima generación.
Siendo además informático, y aficionado a la ciencia y la tecnología, uno tiene además un runrún incesante en la cabeza que te anima a utilizar a los tiernos infantes como conejillos de indias de todo lo que crees saber. «¡Enséñale informática a tu hijo!» dicen mis amigos, mientras yo me resisto y me siento con él en el suelo a apilar bloques, descubriendo combinaciones que mi mente adulta nunca habría previsto.
En estos casos siempre me viene a la cabeza una reflexión que no recuerdo dónde escuché, y que decía que para estas generaciones la Red será como para la nuestra fue la electricidad o el agua potable: Cosas que antes había que conseguir, entender y aprender a manejar, y que ahora simplemente están cuando las necesitas.
«Crecemos en una sociedad basada en la ciencia y la tecnología y en la que nadie sabe nada de estos temas. Esta mezcla combustible de ignorancia y poder tarde o temprano, va a terminar explotando en nuestras caras», decía el fallecido Carl Sagan, y no le faltaba razón, pero no saber nada de tratamiento de aguas no va a impedirme ducharme todas las mañanas y alguna tarde. Limpio que es uno.
Mi hijo ya llega tarde a conceptos como «lo que echan en la tele», y le costará aprender el de «descargar» un vídeo (aunque me temo que ese tendrá que vivirlo durante unos poquitos años). Cada vez más, sus dibujos favoritos están y se ven, independientemente de dónde estén, y cómo se vean. No hay ficheros ni dispositivos: hay información, disponible dónde y cuándo te haga falta. Y esta vez no solo hablo de fotografía
No es nada nuevo: Mi padre tuvo que aprender mecánica para comprarse un coche, pero yo me conformé con aprender a conducir. Nuestros niños seguramente sólo tendrán que preguntarse a dónde quiere ir, y de algún modo llegarán. Además, sus distancias no serán como las nuestras, y cuando vivan lejos podrán estar con sus padres aunque no hayan venido de visita ese fin de semana. Lo sabíamos al inventar el telégrafo, y Skype nos lo confirmó: La mejor manera de reducir el tiempo entre dos puntos es enseñarles a tocarse, y la distancia entre el Puerto de Palos y el Caribe es ya la misma que entre Cabo Cañaveral y Plutón.
Los técnicos de hoy nos preocuparemos por migrar datos a la nube, por facilitar conexiones universales y permanentes, por la conducción autónoma, o por los interfaces de realidad virtual. Si lo hacemos bien, ellos solo tendrá que preocuparse de vivir en ese nuevo mundo.
¿Será antinatural tocar a una persona a mundos de distancia? ¿Será demasiado fácil tener todo siempre disponible? Ojalá. Cuanto más fácil sea vivir, más recursos tendrán nuestros hijos para solucionar problemas que aún no nos hemos planteado. Lo que sería inhumano sería forzarles a heredar nuestras limitaciones, y lo antinatural nunca fue un problema desde que domesticamos el primer animal y aramos el primer campo.
Eso sí, a mí ya me cuesta concentrarme en leer textos que ocupen más de una página, me desespero si una página tarda diez segundos en cargar, y cada vez tengo que ir más lejos para ver el horizonte. Así que no, no voy a esforzarme en enseñarle a navegar por la Red: Mejor haré lo posible por enseñarle a ser paciente y constante, y me esforzaré cada día en dejarle un mundo que merezca la pena vivir. Y está jodida la cosa.
Aunque quede mal admitirlo, todos los padres convivimos con el agobio de haber dejado atrás una vida más libre. Por mi parte, en esa media vida y pico que quizá me quede por vivir, mi obsesión seguirá siendo aprender, con un poco de suerte a un ritmo que me permita caminar al lado de mi hijo sin dejar de comprenderle. Eso sí que será libertad.