A tus atardeceres rojos

Paula en la Alhambra (Jorge Prieto)

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Si tuviera que elegir una fotografía, de entre toda la historia, como la que me aficionó a este mundo, no sería ninguna de los grandes maestros del siglo XX, o ninguna que apareciese en los libros de historia: seguramente sería simplemente ésta.

En esta foto tengo todo lo que he necesitado para llegar a ser lo que soy: un hombre apasionado y enamorado, detrás de su cámara recién estrenada, y una chica preciosa con toda la vida por delante. Eso eran mis padres recién casados, y eso fueron toda su vida, hasta que hace poco se volvieron a reunir un poquito más allá.

La vida de mi padre me enseñó muchísimas cosas: del cortijo de su abuelo, en un pequeño pueblo costero de Granada, pasó a estudiar Magisterio en la capital. Con una edad en la que yo aún ni me planteaba que hacer con mi vida, tuvo el valor de dar un giro en su carrera, y unirse a los de uniforme para irse a la otra punta de España y aprender una cosa que llamaban electrónica. Pasó años entre submarinos y veleros, estudiando y aprendiendo todo lo que pasaba por delante de sus ojos, y aún siendo muy joven aterrizó en una gran multinacional para vivir el comienzo de la informática en España de primerísima mano. Conoció a mi madre en Madrid, y ya nunca pudo querer a nadie más, y aunque tuvo que ir a vivir fuera un tiempo, su empeño y el destino volvió a unirles para siempre. Yo habría dado todo por verles envejecer juntos, pero el azar no siempre reparte bien las cartas, y les tocó pasar por demasiados malos momentos, que nunca fueron capaces de quitarles las ganas de vivir y de aprender.

Ahora recuerdo como subía a su cama de pequeño a que me enseñara inglés, cómo me escapaba con él a la oficina y me enseñaba los conceptos de la programación, y cómo poco después me sentaba con él a teclear listados en mi Spectrum. Después vinieron las tardes hablando de fotografía y viviendo, en todos sus momentos, un amor sutil y permanente por su mujer y sus hijos. Así que ahora, cuando me veo tan enamorado de la informática, de la fotografía, y sobre todo de mi gente, no tengo duda ninguna de que le debo a mi padre más de lo que siempre he creido.

Hace poco se ha ido una de las mejores personas que he tenido el placer de conocer. Por eso, cada vez que le haga daño a alguien, cada vez que no tenga una buena palabra para un amigo, o cada segundo que deje de querer a otra persona, estaré deshonrando su memoria. Lo haré lo mejor que pueda, pero quizá su hueco sea demasiado grande para que ni yo ni nadie pueda cubrirlo.

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